Si bien Washington no ha confirmado oficialmente el tipo de armamento utilizado, el presidente Donald Trump informó que bombarderos furtivos B-2 Spirit de la Fuerza Aérea de Estados Unidos ejecutaron los ataques contra Fordow, Natanz e Isfahán, los tres pilares del programa nuclear iraní. Según el mandatario, todos los aviones regresaron a salvo tras un “ataque exitoso”.
El B-2 Spirit es el único avión en el mundo capaz de transportar y lanzar la GBU-57/B Massive Ordnance Penetrator, la bomba antibúnker más potente del arsenal convencional estadounidense. Esta aeronave, desarrollada por Northrop Grumman, cuenta con tecnología stealth (furtiva), que le permite evadir los sistemas de defensa aérea al reducir su firma de radar.
Un bombardero diseñado para misiones imposibles
Incorporado a la Fuerza Aérea en 1997, el B-2 ha participado en misiones de alta complejidad en Kosovo, Afganistán, Irak, Libia y ahora, Irán. Solo existen 21 unidades en el mundo. Su forma de ala volante, sus materiales compuestos y sus recubrimientos especiales hacen que el radar enemigo tenga enormes dificultades para detectarlo.
Con capacidad para transportar hasta 18 toneladas de armamento, el B-2 puede volar más de 11 mil kilómetros sin repostar, y aún más si se reabastece en el aire. Este alcance le permite ejecutar misiones intercontinentales sin necesidad de operar desde bases cercanas al objetivo.
Cada bombardero está tripulado por dos pilotos y su cabina incorpora sistemas de navegación y puntería de última generación, además de estar blindada contra interferencias electrónicas y condiciones extremas. El costo de cada unidad supera los 2 mil millones de dólares y su mantenimiento requiere hangares especializados.
GBU-57/B: la bomba antibúnker que perfora montañas
Aunque el Pentágono no detalló oficialmente el tipo de armamento utilizado, expertos señalan que es muy probable que la ofensiva incluyera la GBU-57/B Massive Ordnance Penetrator (MOP). Esta bomba guiada por GPS pesa 13 mil 600 kilogramos y está diseñada para destruir búnkers subterráneos, como Fordow, oculto bajo una montaña.
A diferencia de la GBU-28, empleada por Israel en ataques anteriores y con una capacidad de penetración de 20 metros de hormigón, la GBU-57 puede atravesar hasta 60 metros de roca o 18 de concreto armado antes de detonar. No tiene carga nuclear, pero su capacidad de destrucción con explosivos convencionales es suficiente para eliminar centros de comando, silos subterráneos o plantas nucleares profundamente enterradas.
La GBU-57 solo puede ser lanzada desde un B-2, dada su masa, dimensiones y necesidad de alta precisión. Su desarrollo fue pensado para atacar objetivos considerados prácticamente invulnerables sin recurrir al uso de armamento atómico.
Una ofensiva quirúrgica en plena escalada
El uso del B-2 y la posible activación de la GBU-57 contra Irán se dio en un contexto de máxima tensión geopolítica. La ofensiva de Estados Unidos ocurre tras semanas de ataques selectivos israelíes contra sistemas de defensa aérea y misiles iraníes. Fordow, el objetivo más crítico, está enterrado a más de 80 metros y se consideraba prácticamente inaccesible para Israel.
“Todos los aviones están fuera del espacio aéreo iraní. Se lanzó una carga completa de bombas sobre el sitio principal, Fordow”, declaró Trump en su mensaje desde la Casa Blanca.
Este ataque directo de Washington representa una clara señal de respaldo a Israel, pero también un mensaje a Teherán y a sus aliados. El uso del B-2 no es solo una decisión táctica, sino también política: una demostración de que Estados Unidos aún mantiene la capacidad de ejecutar golpes de precisión en los escenarios más complejos del planeta.
¿Una disuasión efectiva o un paso hacia la guerra?
Mientras el presidente Trump celebró la operación como un éxito, la comunidad internacional observa con creciente preocupación una escalada que podría volverse incontrolable. Irán ha prometido represalias, los hutíes en Yemen amenazan con nuevos ataques en el Mar Rojo, y la ONU ha advertido que no existe sustituto militar para la diplomacia.
La pregunta es si la intervención estadounidense servirá como una advertencia efectiva que contenga el programa nuclear iraní, o si abrirá una etapa más violenta en una región históricamente inestable. Por ahora, lo único claro es que la apuesta de Washington fue alta: un despliegue tecnológico, estratégico y simbólico que solo el B-2 Spirit podía encabezar.
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