Rob Sheffield aborda a Taylor Swift con una mezcla de afecto burlón y devoción nerd. No se posiciona como un erudito distante, sino como un admirador profundamente conectado con su música, alguien que ha dedicado tiempo y energía a explorar cada rincón de su obra. Un ejemplo de esta obsesión: viajar dos horas en la línea Q del metro neoyorquino solo para escuchar “Coney Island” en Coney Island.
La complejidad de escribir sobre una artista en constante evolución
En su libro Heartbreak Is the National Anthem, Sheffield toca de manera superficial algunos eventos recientes de Swift, como su relación con Travis Kelce y su influencia en la NFL. Sin embargo, no profundiza demasiado en su último álbum, The Tortured Poets Department. La razón parece evidente: gran parte del libro fue escrita mientras Swift ascendía hacia nuevas alturas de fama global. Capturar eventos mientras están en desarrollo es un desafío, especialmente cuando la artista en cuestión nunca deja de moverse. Como señala el autor: «Será más famosa cuando termines de leer esta nota que cuando comenzaste».
El lugar de Taylor Swift en la historia de la música pop
Sheffield destaca la intención de Swift de inscribirse a sí misma, y a su audiencia, en una narrativa musical amplia, compleja y profundamente emocional. “Ella se propuso escribirse a sí misma (y a su audiencia) en toda una larga, ostentosa, sangrienta, desordenada y loca historia de la música pop”, escribe. Sin embargo, lo que sorprende incluso al propio Sheffield es el alcance inesperado de las canciones de Swift y hasta dónde han viajado.
El análisis de Sheffield no solo celebra a Swift como una artista de su tiempo, sino como alguien que redefine continuamente su lugar en la historia cultural y musical. Su capacidad para conectar con millones mientras sigue explorando y desafiando los límites del pop la convierte en una figura sin precedentes.
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