El fabricante suizo de paneles solares Meyer Burger Technology AG se declaró en bancarrota en Estados Unidos, lo que no solo representa un tropiezo empresarial, sino una alarma seria para la lucha contra el cambio climático: una de las pocas empresas no asiáticas capaces de producir tecnología fotovoltaica de alta eficiencia ha quedado fuera de juego justo cuando el mundo necesita acelerar su transición energética.
La compañía solicitó protección bajo el Capítulo 11 de la Ley de Quiebras en Delaware con el fin de vender sus operaciones en EE. UU. y evitar el colapso total de sus activos. Su salida del mercado norteamericano es una pérdida crítica para los esfuerzos por fortalecer cadenas de suministro limpias y locales, en un contexto donde la mayor parte de la producción solar está concentrada en China.
Según los documentos judiciales, Meyer Burger enfrenta pasivos entre 500 y 1,000 millones de dólares, y activos que apenas alcanzarían los 500 millones. La crisis, marcada por el retiro de inversionistas clave y una falta estructural de financiamiento, pone en jaque no solo a la empresa, sino a toda una visión sustentable de reindustrialización energética.
Una señal de advertencia para la descarbonización
El fracaso de Meyer Burger ocurre en un momento crítico. Para cumplir con las metas del Acuerdo de París, el mundo necesita multiplicar por seis la capacidad solar instalada para 2030, según la Agencia Internacional de Energía. Sin embargo, la dependencia de un solo país –China– en la producción de paneles y componentes esenciales vuelve la transición energética más frágil, más lenta y más vulnerable a tensiones geopolíticas.
Meyer Burger, con tecnología propia y estándares ecológicos más rigurosos, era considerada una pieza clave para diversificar y descentralizar esta cadena. Su colapso deja un hueco difícil de llenar, especialmente en EE. UU., donde apenas se intenta recuperar la soberanía industrial en energías limpias.
En lugar de consolidar la infraestructura verde del futuro, los países occidentales siguen perdiendo fabricantes por falta de apoyo estructural, políticas industriales robustas o subsidios equivalentes a los ofrecidos por potencias asiáticas.
Menos paneles locales, más combustibles fósiles
El impacto ambiental de esta bancarrota va más allá de la empresa. En la práctica, reduce la capacidad de instalar paneles solares fabricados con bajas emisiones de carbono y normas laborales sustentables.
Además, al haber menos proveedores competitivos, los gobiernos podrían retrasar sus metas de electrificación limpia o recurrir temporalmente a fuentes más contaminantes para cubrir la demanda energética. Esto no es una hipótesis alarmista: el Departamento de Energía de EE. UU. ya advirtió que la inseguridad en la cadena de suministro solar pone en riesgo sus planes de descarbonización para 2035.
Mientras tanto, China controla más del 80 % de la producción mundial de polisilicio, obleas y células solares, y países como Alemania o Francia apenas cubren una fracción. El colapso de Meyer Burger acentúa esta dependencia y lanza una advertencia clara: sin estrategia industrial verde, no hay transición posible.
¿Quién pagará el precio ecológico de este vacío?
Con la quiebra de Meyer Burger en Estados Unidos, Occidente pierde una fábrica limpia, pero el planeta pierde más: pierde tiempo. Cada año que se retrasa la sustitución de energías fósiles por renovables eficientes, se agrava el calentamiento global.
El caso no debe verse solo como un asunto de negocios, sino como una llamada urgente a los gobiernos que dicen defender el medio ambiente, pero que dejan morir a los pocos fabricantes capaces de construirlo.
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