A más de 4 mil metros de profundidad en el Atlántico, y a unos 600 kilómetros de la costa de Galicia, una misión científica francesa ha localizado más de 2 mil bidones con desechos nucleares en el lecho marino. Esta cifra representa apenas una fracción del total estimado: más de 200 mil barriles arrojados por varios países europeos entre las décadas de 1940 y 1980, lo que convierte a esa área en uno de los mayores vertederos submarinos de residuos radiactivos en el mundo.
La expedición, denominada Nodssum, zarpó el 15 de junio desde Brest a bordo del buque oceanográfico L’Atalante. Está dirigida por el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia y coordinada por el geólogo marino Javier Escartín, en conjunto con el físico Patrick Chardon. El propósito no es solo cartografiar y ubicar estos residuos, sino también analizar sus posibles efectos en las aguas y la biodiversidad oceánica.
Tecnología avanzada para rastrear la contaminación sumergida
El equipo francés ha explorado hasta ahora más de 120 kilómetros cuadrados del fondo marino. Si bien se trata de solo una pequeña parte de los 10 mil kilómetros cuadrados que comprende la zona de vertido, los hallazgos iniciales ya son representativos. Gracias al uso del dron submarino UlyX, equipado con sonar de alta precisión, los investigadores lograron identificar barriles a más de 4 mil metros de profundidad.
Además de la localización, la misión está recolectando muestras de sedimentos, agua y peces para ser analizadas en laboratorio. El objetivo es determinar si los residuos han comenzado a liberar materiales radiactivos peligrosos o si el entorno sigue relativamente estable.
Hasta ahora, según ha informado Escartín, no se han detectado niveles alarmantes de radiación. “No hemos identificado nada preocupante con nuestros equipos de radio protección; los niveles de radio nucleídos son bajos”, explicó. No obstante, los científicos subrayan que estos resultados son preliminares y que aún falta mucho por analizar.
Dudas sobre el contenido de los barriles
Lo que sí genera incertidumbre es el contenido exacto de los barriles. Escartín aclaró que no contienen reactores ni barras de uranio, sino materiales de laboratorio y elementos usados en el inicio de la industria nuclear civil. Estos residuos, considerados de baja y media actividad, fueron arrojados durante décadas en barriles de cemento, una práctica que en ese entonces era legal y común en Europa.
La campaña cuenta también con el apoyo del Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar y de la Agencia de Seguridad Nuclear y Radioprotección Francesa. Su objetivo es obtener información científica sólida sobre una práctica cuyos riesgos no han sido suficientemente estudiados, a pesar de su dimensión.
El hallazgo ha reactivado la atención pública e institucional en España, donde organizaciones como Greenpeace ya habían protestado contra estos vertidos en los años ochenta. En 1982, el buque Sirius de la organización ambientalista, junto con embarcaciones gallegas, intentó bloquear una descarga de residuos de origen holandés. En 1991, el Convenio OSPAR prohibió definitivamente los vertidos nucleares en el Atlántico Nordeste.
Inquietud entre eurodiputados
Actualmente, la misión Nodssum mantiene contacto directo con el comité de radioactividad del Convenio OSPAR y con la Comisión Europea para asegurar el seguimiento del proyecto. La cercanía del vertedero a la costa gallega ha provocado inquietud entre eurodiputados del Bloque Nacionalista Galego (BNG) y del Partido Popular (PP), quienes ya han elevado preguntas formales ante Bruselas.
Por su parte, la Xunta de Galicia ha pedido explicaciones al Gobierno central. El Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) respondió que los análisis realizados hasta la fecha no muestran niveles significativos de radiactividad ni en la costa gallega ni en la del Cantábrico. Además, reiteró que España no participó en esos vertidos ni tiene responsabilidad sobre su estado actual.
El caso abre una nueva etapa en la vigilancia ambiental submarina en Europa. Aunque los primeros datos no sugieren una amenaza inmediata, la magnitud del vertido, su historia opaca y la falta de estudios previos alimentan una preocupación que trasciende fronteras. La pregunta de fondo sigue sin respuesta: ¿Cuánto daño real han causado esos miles de barriles abandonados en el océano?
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