Durante décadas, el conejo volcánico (Romerolagus diazi), también conocido como zacatuche, habitó libremente los pastizales de alta montaña en el centro de México. Hoy, esta especie endémica enfrenta un declive dramático: su población ha caído a menos de 7,000 ejemplares en estado silvestre. Científicos y ambientalistas advierten que está al borde de la extinción si no se actúa de forma urgente.
Las amenazas silenciosas que lo acorralan
El zacatuche vive exclusivamente entre los 2,800 y 4,250 metros de altitud, en zonas del Eje Neovolcánico como el Parque Nacional El Ajusco, el Nevado de Toluca, el Iztaccíhuatl-Popocatépetl y la Sierra de las Cruces. Sin embargo, la expansión urbana y las vías de comunicación han fragmentado gravemente su hábitat.
Una de las amenazas más críticas es la construcción de carreteras, que divide sus territorios en parches aislados. Esto impide que las poblaciones se mezclen, provocando endogamia y reducción de su diversidad genética. Además, los incendios forestales provocados por el hombre han reducido drásticamente el zacatal, su fuente principal de alimento y refugio.
La tala ilegal de pinos y encinos también ha acelerado su desaparición. Muchos de estos bosques han sido sustituidos por potreros o desarrollos habitacionales. A eso se suma la ganadería extensiva, que compacta el suelo y degrada los pastizales donde el conejo volcánico construye sus madrigueras.
Según el Instituto de Ecología de la UNAM, cada año se pierden al menos 400 hectáreas de hábitat potencial del zacatuche, sin que existan acciones contundentes por parte de los gobiernos estatales o municipales para frenar la destrucción.
Propuestas que podrían revertir su desaparición
Ante esta situación crítica, especialistas proponen la creación de corredores biológicos entre zonas protegidas. Esto permitiría conectar fragmentos aislados de población, reduciendo los riesgos genéticos y facilitando el desplazamiento del zacatuche en busca de alimento o refugio.
Otra medida urgente es la actualización de los Programas de Ordenamiento Ecológico Territorial, con enfoque de conservación para los municipios que conforman la zona de distribución de esta especie. Esto incluiría regulaciones más estrictas a la tala, el cambio de uso de suelo y las quemas agrícolas.
Los investigadores también han enfatizado la necesidad de involucrar a las comunidades locales. Campañas de educación ambiental, brigadas comunitarias contra incendios y programas de pago por servicios ambientales podrían generar una red de protección real y sostenible.
Finalmente, instituciones como la SEMARNAT y CONANP deberían priorizar al zacatuche en sus estrategias de conservación. Aunque está catalogado como especie en peligro de extinción desde 1994, su situación no ha sido tratada con la urgencia requerida.
Un reflejo de lo que podría venir
La situación del zacatuche no es un caso aislado. Representa el destino de muchas especies endémicas mexicanas, cuyos hábitats han sido erosionados por una planificación urbana descontrolada, la indiferencia política y la falta de conciencia ambiental.
Su desaparición no solo sería una pérdida biológica, sino un fracaso como sociedad ante el compromiso de proteger nuestra riqueza natural. En palabras de la biología Verónica Sánchez, experta en especies de alta montaña: «Cuando desaparece una especie, se rompe un engranaje del ecosistema. Y no sabemos cuándo todo dejará de funcionar».
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