La ‘zona muerta’ del Golfo de México —una vasta región marina afectada por hipoxia estacional, donde el oxígeno es insuficiente para sostener la vida marina— registró este año una extensión 21 % menor a la estimada inicialmente, de acuerdo con datos publicados por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés). Esta mejora representa una reducción del 30 % respecto al tamaño registrado en 2024.
En términos concretos, se trata de 7,085 kilómetros cuadrados de agua con bajos niveles de oxígeno, lo que equivale a más de 1.1 millones de hectáreas de hábitat que durante el verano son parcialmente inutilizables para peces, crustáceos y otras especies bentónicas. La medición coloca esta zona entre las quince más pequeñas desde que comenzaron los registros, lo cual es interpretado como una señal positiva, aunque con matices.
Ciencia y monitoreo constante: pilares de la reducción
El monitoreo se llevó a cabo del 20 al 25 de julio por un equipo de científicos de la Universidad Estatal de Luisiana y el Consorcio Marino de Universidades de Luisiana (LUMCON), a bordo del buque Pelican. Este ejercicio anual forma parte de un esfuerzo regional más amplio, liderado por el Grupo de Trabajo sobre Hipoxia del Río Misisipi/Golfo de México, cuyo objetivo es reducir la extensión promedio de la zona muerta a menos de 3,000 km² antes de 2035.
Laura Grimm, administradora interina de la NOAA, reconoció en un comunicado que el descenso observado «es una señal alentadora para el futuro de esta área» y evidencia «la eficacia de los esfuerzos de colaboración para apoyar a nuestros pescadores, comunidades costeras y ecosistemas marinos vitales de EE. UU.».
En junio pasado, la NOAA había pronosticado una zona muerta de unos 8,970 km², basada en la descarga del río Misisipi y la escorrentía de nutrientes agrícolas. El resultado final cayó dentro del rango de incertidumbre del modelo, lo que —según la agencia— confirma la precisión de sus herramientas de predicción.
Contaminación agrícola y consecuencias ecológicas
La formación de estas zonas hipóxicas está directamente relacionada con el exceso de nutrientes que fluye desde la cuenca de los ríos Misisipi y Atchafalaya hacia el Golfo de México. Esta carga excesiva de nitrógeno y fósforo —proveniente en su mayoría de fertilizantes agrícolas— alimenta explosiones masivas de algas. Al morir y descomponerse, estas algas agotan el oxígeno disuelto en el agua, obligando a la fauna marina a emigrar o morir por asfixia.
Estas alteraciones no sólo afectan el equilibrio ecológico, sino que también repercuten en la actividad pesquera y en la seguridad alimentaria de las comunidades costeras. Se ha documentado que los camarones, por ejemplo, modifican sus patrones migratorios y alimenticios bajo condiciones de hipoxia, reduciendo su disponibilidad comercial y afectando su reproducción.
Aunque el descenso actual es alentador, los expertos coinciden en que no debe interpretarse como una solución definitiva. Las condiciones meteorológicas, como lluvias o sequías, influyen en la escorrentía agrícola, por lo que reducciones puntuales pueden revertirse rápidamente sin una política estructural de reducción de nutrientes.
Para alcanzar metas más ambiciosas y duraderas, los especialistas advierten que será necesario reforzar los compromisos multilaterales, implementar prácticas agrícolas sostenibles y fomentar proyectos de restauración ecológica a gran escala en las cuencas fluviales.
También te puede interesar: Contaminación plástica: México pide un tratado global obligatorio ante el desastre ambiental




