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    Tragedia silenciosa en el Pacífico: Chile lidera mundialmente en muertes de ballenas por colisiones con barcos

    Las ballenas, gigantes del océano que pueden medir hasta 31 metros y pesar 135 toneladas, enfrentan una amenaza letal en las costas chilenas: las colisiones con embarcaciones. Un estudio pionero publicado en la revista Marine Policy revela que Chile registra la tasa más alta del mundo de mortalidad de cetáceos por este motivo en la última década, con un promedio de cinco grandes ballenas muertas al año. De 226 varamientos documentados entre 1972 y 2023, el 28% (63 casos) se atribuyen a choques con barcos, superando a naciones como Australia y Nueva Zelanda, donde las investigaciones han sido más exhaustivas.

    El informe, liderado por el veterinario Frederick Toro de la Universidad Santo Tomás y coautores como la oceanógrafa Susannah Buchan del CEAZA, analiza datos de SERNAPESCA, universidades y ONGs. Revela que el 62% de los varamientos tienen causas desconocidas, pero las colisiones son la principal amenaza no natural, seguidas por enmallamientos (7%) y depredación (3%).

    Chile alberga a unas 43 de las 87 especies de cetáceos globales, atraídas por la rica fauna del Pacífico suroriental, como krill y peces. La ballena fin (Balaenoptera physalus), en peligro crítico, representa el 37% de las víctimas, seguida por la jorobada (21%), azul y sei (11% cada una), todas vulnerables o en peligro según la UICN. En 2025, ya se reportan dos casos: una jorobada en La Araucanía y un cachalote en Antofagasta.

    Un aumento alarmante impulsado por el tráfico marítimo

    El estudio, con 22 expertos —un récord en Chile—, cruza datos de varamientos con patrones de navegación, mostrando un pico en la última década. Históricamente, cinco muertes anuales por colisiones; en 2022, tres en una semana.

    Magallanes lidera con 21% de casos, ligada a la industria salmonera; Los Lagos (18%), Antofagasta (13%), Valparaíso y Coquimbo (8% cada una) siguen, por flotas pesqueras, industriales y de carga.

    Buques grandes y rápidos son los culpables: “No hay tiempo para evitar el impacto; las ballenas no han evolucionado para esta amenaza”, detalla Toro. En zonas remotas, los datos son limitados, pero necropsias revelan hematomas, cortes de hélices y hemorragias internas, incluso en animales vivos.

    Medidas voluntarias y un llamado a la acción urgente

    Chile ha implementado acuerdos como el Código Voluntario de Navegación en Mejillones (2002) y Puerto Montt (2020), que rediseñan rutas y limitan velocidades. Karina Sepúlveda, de la gobernanza marítima en Los Lagos, propone extenderlos a Aysén y Magallanes, enfocándose en naves grandes.

    Los expertos recomiendan: reducir velocidades a 10 nudos en costas y puertos, clasificar regiones como “Áreas Críticas de Alto Riesgo” por la Comisión Ballenera Internacional, y fortalecer SERNAPESCA con más fondos para varamientos y cooperación con DIRECTEMAR. Jorge Guerra, de SUBPESCA, enfatiza: “Aún estamos a tiempo, pero debemos actuar con rapidez para una coexistencia entre humanos y cetáceos”. Buchan concluye: “Es nuestro deber proteger a estos majestuosos animales; necesitamos más investigación y fiscalización”.

    El estudio posiciona a Chile sexto globalmente desde 1972, pero primero en la última década, superando a EE.UU. (NOAA reporta 20% de muertes por colisiones). Greenpeace advierte: “El océano es una carretera de alto tránsito; las ballenas pagan el precio”. Con el tráfico proyectado a crecer 50% para 2030 por comercio global, la urgencia es crítica. Mientras, iniciativas como el Parque Marino Francisco Coloane (2003) protegen hábitats, pero sin acción coordinada, el Pacífico suroriental podría perder sus guardianes del océano.

    Propuestas para un futuro sostenible

    • Velocidad limitada: 10 nudos en zonas de riesgo.
    • Rediseño de rutas: Diálogo con puertos y flotas.
    • Monitoreo avanzado: Boyas acústicas y drones para alertas.
    • Financiamiento: Fortalecer SERNAPESCA y redes de varamientos.

    Este “corredor mortal” exige un plan nacional ya. “Proteger a las ballenas es proteger nuestro ecosistema; su silencio sería una tragedia global”, concluye Toro.

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