Tres días después del audaz robo de ocho joyas de la Corona francesa en la Galería de Apolo, el Museo del Louvre reabrió sus puertas al público, pero con la sala afectada acordonada y vigilada, un recordatorio silencioso de la brecha en su blindada seguridad. Laurence des Cars, directora del museo y primera mujer al frente de la institución desde 2021, compareció ante una comisión del Senado francés para asumir «mi parte de responsabilidad» en lo que calificó como «una inmensa herida a la nación». Admitió que el sistema de videovigilancia exterior es «obsoleto e insuficiente», cubriendo apenas una fracción de las fachadas, y propuso medidas drásticas como una comisaría policial interna y barreras vehiculares para blindar las inmediaciones. El incidente, que duró solo siete minutos y dejó daños por 88 millones de euros (unos 102 millones de dólares), no solo expone fisuras en el Louvre –el museo más visitado del mundo con 9 millones de entradas anuales–, sino que aviva un debate nacional sobre la vulnerabilidad de los tesoros culturales en tiempos de turismo masivo y recursos escasos.
El asalto del domingo 19 de octubre, perpetrado a plena luz del día y durante horario de apertura, se ejecutó con precisión quirúrgica: cuatro ladrones, disfrazados de obreros de mantenimiento, alquilaron un montacargas bajo el pretexto de una «mudanza» y lo estacionaron junto al muelle François Mitterrand, frente al Sena. Usando una radial eléctrica, rompieron una ventana del balcón en la Sala 705 –la bóveda pintada por Delacroix que exalta la gloria de Luis XIV–, forzaron dos vitrinas y se llevaron ocho piezas incrustadas con miles de diamantes, zafiros y esmeraldas, símbolos del apogeo napoleónico y borbónico. En su huida en motocicletas, abandonaron la Corona de la Emperatriz Eugenia –un regalo de Napoleón III con 1.354 diamantes y 56 esmeraldas, donada al Louvre en 1988 por el mecenas Roberto Polo–, que resultó dañada y ahora se evalúa en restauración. Videos captados por visitantes, difundidos por BFMTV, muestran a un encapuchado con chaleco amarillo rompiendo cristales, un clip que acumula millones de views y que expertos comparan con escenas de «Ocean’s Eleven» o la serie «Lupin».
La fiscal de París, Laure Beccuau, detalló que más de 100 investigadores de la Brigada de Represión de la Delincuencia (BRB) rastrean pistas como amoladoras angulares, un soplete, guantes y un walkie-talkie hallados en el sitio. El ministro del Interior, Laurent Nuñez, confirmó que las alarmas internas sonaron, pero las cámaras externas –orientadas mayoritariamente al oeste– fallaron en capturar el balcón este. «Es bien sabido que los museos franceses son vulnerables», admitió Nuñez en CNews, mientras el ministro de Justicia, Gérald Darmanin, lamentó en France Inter: «Pudieron aparcar una grúa en pleno centro de París y robar joyas incalculables, dando una imagen terrible de Francia».
Un botín histórico: De Eugenia a María Luisa, símbolos irreemplazables
Las piezas sustraídas no son meras gemas: son reliquias que narran la grandeza imperial francesa. Entre ellas:
- Collar y pendientes de esmeraldas de María Luisa (1810): Regalo de Napoleón a su segunda esposa, con diamantes y esmeraldas valoradas en millones; obra de joyeros imperiales.
- Diadema de perlas de la Emperatriz Eugenia (1853): Con 212 perlas y 2.000 diamantes, diseñada por Alexandre-Gabriel Lemonnier para la boda de Napoleón III; subastada en 1988 por 12 millones de euros.
- Collar de zafiros de María Amalia (última reina de Francia): Ocho zafiros rodeados de 631 diamantes en oro, adquirido por el Estado en 1985 de la Casa de Orleans.
- Broche relicario y lazo de corpiño de Eugenia: Cascadas de diamantes rosas en plata y oro, únicas por su artesanía.
Expertos como Christopher Marinello de Art Recovery International advierten que, si no se capturan en 24-48 horas, las joyas serán desmanteladas: «Las romperán, fundirán el metal y recortarán las piedras para el mercado negro», ya que su trazabilidad histórica las hace invendibles intactas. El valor económico –estimado en 88 millones de euros– palidece ante el simbólico: piezas del Tesoro de la Corona, reutilizadas post-Revolución, que evocan el esplendor napoleónico.
Bajo fuego: Macron, Dati y la crisis de los museos franceses
El robo irrumpe en un gobierno Macron ya debilitado por protestas y disolución parlamentaria, convirtiéndose en munición para la oposición. Jordan Bardella, de Reagrupamiento Nacional, lo tildó de «insoportable humillación» para el símbolo cultural francés. Macron, indignado en X, prometió «máxima transparencia» y aceleró medidas anunciadas en enero: un nuevo puesto de mando, red ampliada de cámaras y refuerzo de personal. La ministra de Cultura, Rachida Dati, recordó un problema crónico de 40 años en museos, con robos recientes en el Adrien Dubouché (septiembre 2025) y Cognacq-Jay (2024). Des Cars ofreció su dimisión –rechazada por el Elíseo–, pero sindicatos como la CGT alertan: con 80% de visitantes extranjeros y solo 1.200 guardias para 33.000 objetos, las huelgas de junio por sobrecarga persisten.
En X, el escándalo viraliza con memes de «Lupin» y sátiras políticas: un usuario bromea que en España crearían un «Observatorio del Robo de Joyas» con sueldo de 120.000 euros, mientras otro clama por una serie sobre el golpe. La familia Napoleón, descendientes, expresó desolación por el saqueo de su legado.
Mientras la Galería de Apolo permanece sellada –dejando vacías las vitrinas de la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia intactas–, el Louvre reabre con colas kilométricas, pero la pregunta late: ¿es este el fin de los museos como «santuarios»? Macron lo llamó «ataque a nuestra Historia»; para Francia, es un espejo de fragilidades más profundas. La caza continúa, pero el daño –histórico, no solo material– ya es eterno.
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