El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, activó la segunda fase de su estrategia militar contra el régimen de Nicolás Maduro, centrada en cortar los flujos del narcotráfico, aislar económicamente a la cúpula chavista y acelerar el inicio de una transición democrática en Venezuela. La operación, ejecutada por el Pentágono, contempla un despliegue naval sin precedentes en el Caribe y apunta directamente a las estructuras ilícitas que sostienen al dictador venezolano.
Una ofensiva sin precedentes en el Caribe
Tres buques de asalto y transporte anfibio, cazas F-35B, aviones de patrulla P-8 y drones MQ-9 ya operan frente a las costas venezolanas, a la espera del portaaviones Gerald Ford, el más poderoso de la Armada estadounidense. El portavoz del Pentágono, Sam Parnell, explicó que la operación “busca desmantelar las Organizaciones Criminales Transnacionales y contrarrestar el narcoterrorismo en defensa de la Patria”.
El objetivo militar inmediato es neutralizar el tráfico de fentanilo y cocaína hacia EE. UU., pero la Casa Blanca reconoce que la operación tiene un fin político: debilitar el poder interno de Maduro, fracturar su aparato militar y forzarlo a abandonar el poder.
Según fuentes de Washington, Maduro intentó negociar una salida que le garantizara impunidad, pero Trump rechazó toda oferta. “Él me ha ofrecido de todo, porque no quiere meterse con Estados Unidos”, dijo el presidente al ser consultado durante su viaje a Asia. En Caracas, la declaración cayó como una bomba. Maduro respondió con un mensaje ambiguo: “No a la guerra, sí a la paz, para siempre”, intentando abrir un canal diplomático con la Casa Blanca.
Trump endurece su posición y rechaza acuerdos con Maduro
En la Casa Blanca aseguran que el mandatario “no dará marcha atrás con el cerco naval”. Su condición es clara: la paz solo llegará cuando Maduro abandone Caracas o enfrente la justicia. El cerco marítimo busca estrangular las rutas de contrabando que sostienen la economía paralela del régimen y debilitar el control territorial del Cartel de los Soles, integrado por altos mandos militares venezolanos.
Preguntado sobre la posibilidad de atacar objetivos terrestres, Trump fue directo: “Detuvimos la entrada de drogas por mar. Pronto detendré la entrada de drogas por tierra. Verán que eso empezará”.
Fuentes del Consejo de Seguridad Nacional confirmaron que solo dos funcionarios —el secretario de Estado, Marco Rubio, y el subdirector de Gabinete, Stephen Miller— conocen el plan completo. Miller declaró que “los narcotraficantes del Cartel de los Soles son terroristas y serán eliminados”, dejando claro que el gobierno republicano considera a Venezuela una prioridad en su agenda de seguridad hemisférica.
Una transición política en el horizonte venezolano
El plan de Trump cuenta con un elemento que diferencia esta operación de las intervenciones anteriores en Libia o Afganistán: la existencia de una oposición estructurada y reconocida. María Corina Machado, líder opositora y premio Nobel de la Paz, se mantiene activa en Caracas, mientras Edmundo González Urrutia —presidente electo en el exilio— espera el momento para regresar y asumir el mando.
Washington considera que esta dupla representa una alternativa democrática viable para garantizar la estabilidad durante la transición. El objetivo sería evitar un vacío de poder, establecer un gobierno provisional y convocar elecciones libres bajo supervisión internacional.
En círculos diplomáticos, la operación se percibe como una jugada de alto riesgo que podría redibujar el mapa político de América Latina. Si el plan de Trump logra su propósito, sería el fin del chavismo tras más de dos décadas en el poder. Si fracasa, podría provocar un conflicto regional con consecuencias impredecibles.
Por ahora, el mensaje desde Washington es inequívoco: el cerco naval no se levantará y la presión sobre Maduro continuará hasta que se produzca un cambio real en Venezuela.
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