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    Cadáveres sin rastro: funerarias y tumbas, el nuevo narcolaboratorio del horror en México

    En México, la desaparición de personas ha alcanzado un nivel tan devastador que los mecanismos para borrar sus huellas se han vuelto más sofisticados y siniestros. Ya no basta con hacer desaparecer el cuerpo: ahora también se incinera en crematorios legales o se esconde en tumbas previamente ocupadas. Todo tiene un objetivo: eliminar evidencia. Sin nombres. Sin rastros. Sin justicia.

    Funerarias como centros de desaparición sistemática

    La funeraria Mausoleos del Centro, ubicada en la colonia Santa María Malinalco de la CDMX, fue intervenida después de que autoridades encontraran restos humanos de dos personas reportadas como desaparecidas. La investigación señala como principal responsable al dueño, Erik Ismael “V”, quien permanece en prisión preventiva desde marzo de 2024. Una de las víctimas había acudido a vender una motocicleta y nunca regresó. En el sitio fueron halladas sus pertenencias.

    Cámaras de seguridad registraron la entrada de otra víctima, un adulto mayor de 79 años, al mismo inmueble. No existen registros de que haya salido. Las versiones contradictorias de los empleados provocaron un segundo cateo. El hallazgo fue aterrador: los cuerpos habían sido manipulados y ocultados.

    Este patrón no es un caso aislado. En 2020, Karla Elena Ramírez Murrieta y Christopher Aguilar Hernández desaparecieron tras una balacera en el bar Quito. Sus cuerpos fueron incinerados en un crematorio vinculado al crimen organizado. Las autoridades detuvieron a diez personas, incluidos el dueño del bar, empleados del crematorio y presuntos integrantes de grupos criminales.

    La fiscalía indicó que, durante la pandemia de COVID-19, los crematorios operaban sin controles rigurosos debido a la saturación. Esta falta de vigilancia permitió que cuerpos fueran incinerados sin registro. Como consecuencia, el Reglamento de Servicios Funerarios en la capital fue modificado para intentar evitar más abusos.

    Profanación de tumbas: el nuevo camuflaje del narco

    En marzo de 2025, Ceci Flores, fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, denunció una estrategia perturbadora: ocultar restos humanos embolsados y amarrados dentro de tumbas previamente utilizadas. En un video publicado en redes sociales, Flores mostró una sepultura con un bulto negro reposando sobre un ataúd en el panteón del Carmen, ubicado en Ciudad Obregón.

    “Nadie buscaría en un panteón”, afirmó la activista. Según denuncias que ha recibido el colectivo, esta práctica se replica en otras entidades del país. El diseño es claro: evitar cualquier rastro. Sin cuerpo, no hay delito. Y sin delito, no hay estadística.

    Flores también denunció que desde el gobierno federal se lanzan ataques que buscan desacreditar a los colectivos. Las señalan como actores políticos, cuando su única exigencia es localizar a sus familiares desaparecidos. La impunidad, dijo, es alimentada por el abandono institucional.

    Exhumaciones que revelan el horror enterrado

    En mayo de 2025, la Fiscalía de la Zona Occidente de Chihuahua exhumó diez cuerpos en el panteón de La Norteña, municipio de Madera. Los cuerpos presentaban heridas por arma de fuego y llevaban meses —algunos, más de un año— enterrados sin ser identificados. Entre los restos se hallaron tatuajes y características físicas que podrían facilitar su reconocimiento.

    Uno de los cuerpos tenía un tatuaje en la espalda con la palabra “Ángel”. Otro presentaba un tatuaje inconcluso de un dragón y el nombre “Alizeth”. Un tercero, tenía un tatuaje en el brazo derecho con la palabra “Ortega”. Son detalles mínimos, pero podrían ser las únicas pistas para una familia que espera respuestas.

    El negocio de desaparecer sin dejar rastro

    La desaparición forzada ya no se limita al secuestro o asesinato. Hoy es un proceso más amplio: funerarias, crematorios y panteones se han convertido en eslabones de un sistema bien aceitado que borra personas del mapa sin dejar evidencia. La pregunta ya no es solo dónde están. La pregunta es: ¿quién permitió que desaparecer gente se volviera una práctica institucionalizada?

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