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    El narco no perdona ni la sangre: La alianza matrimonial entre «El Negro» y Gloria Beltrán Leyva que el FBI malinterpretó

    En el universo del narcotráfico mexicano, donde las alianzas se sellan con sangre, balas o dinero, incluso los matrimonios pueden convertirse en piezas estratégicas dentro del tablero criminal. Tal fue el caso del enlace entre Juan José Esparragoza Monzón, alias “El Negro” o “El Azulito”, hijo del histórico capo Juan José Esparragoza Moreno “El Azul”, y Gloria Beltrán Leyva, integrante del temido clan de los Beltrán Leyva.

    Lejos de ser una simple unión familiar, el matrimonio —celebrado en 1995 en una iglesia de Querétaro— fue interpretado por agencias de inteligencia, como el FBI, como un gesto de fidelidad entre dos de las organizaciones criminales más poderosas del país. Sin embargo, como demostró el tiempo, esa lectura fue errónea.

    Un matrimonio entre cárteles rivales

    Durante años, los cárteles de Sinaloa y de los Beltrán Leyva caminaron como aliados, compartiendo rutas, contactos y operaciones logísticas. En ese contexto, la boda entre El Negro y Gloria Beltrán fue vista como una forma de reforzar la confianza entre ambos bandos.

    Gloria, la menor del clan, no era solo una figura decorativa en esa estructura: distintos reportes de inteligencia la ubican como una pieza clave en el manejo financiero del grupo liderado por sus hermanos, lo que hacía aún más relevante su matrimonio con uno de los herederos del Cártel de Sinaloa.

    Sin embargo, como relata la periodista Anabel Hernández en Los Señores del Narco, esta clase de vínculos familiares eran —en el mejor de los casos— alianzas frágiles. “El FBI suponía que esas relaciones de sangre entre los narcotraficantes mexicanos se concretaban para quitarle espacio a la posibilidad de una traición. Supuestamente generaban fidelidad. Se equivocaron”, escribió.

    La ruptura entre los cárteles se materializó en 2008, cuando Alfredo Beltrán Leyva, alias “El Mochomo”, fue capturado. Los Beltrán acusaron directamente a Joaquín “El Chapo” Guzmán de haberlo entregado a las autoridades, lo que desató una guerra intestina de dimensiones inéditas en el narco mexicano.

    Ese supuesto acto de traición dinamitó cualquier rastro de lealtad y puso fin a las alianzas entre clanes. Desde entonces, los Beltrán Leyva sellaron una alianza con Los Zetas, dando paso a una guerra sangrienta que dejó miles de muertos, entre ellos Édgar Guzmán Beltrán, hijo de “El Chapo”, y episodios macabros como la masacre de Concordia en 2012.

    El fin de una ilusión

    El Negro fue detenido el 23 de enero de 2016. Para entonces, el espejismo de lealtad entre familias ya había quedado atrás. Las guerras internas, los pactos rotos y la lucha por el control del territorio evidenciaron que en el mundo del narcotráfico ni los lazos matrimoniales garantizan unidad.

    La historia de esta fallida alianza matrimonial entre cárteles revela una constante: en el narco, el poder pesa más que la sangre, y las estrategias sentimentales terminan sucumbiendo ante la lógica de la traición, la ambición y la violencia.

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