La temporada decembrina volvió a abrir un debate incómodo pero necesario: ¿qué opción genera menos daño ambiental, un árbol natural o uno artificial? A pesar de que muchos creen que talar un pino provoca deforestación, especialistas y autoridades sostienen lo contrario cuando las plantaciones operan bajo reglas estrictas. En México, estos cultivos ayudan a conservar suelos, capturar carbono y sostener economías locales, mientras que los modelos artificiales cargan un impacto ambiental mucho más pesado de lo que suele reconocerse. La discusión crece justo cuando el Estado de México reporta 650 plantaciones registradas y 235 listas para comercializar en 2025.
Cultivos que conservan y frenan la urbanización
Las autoridades ambientales recalcan que los pinos navideños naturales no provienen de bosques talados sin control, sino de zonas diseñadas para su aprovechamiento. Sedema explica que estos árboles se siembran, se cosechan y luego se reforestan de manera programada, lo que mantiene la cobertura vegetal y evita presiones sobre áreas forestales reales. Además, la composta que se obtiene después de su uso regresa nutrientes al suelo y reduce residuos.
Estas plantaciones, ubicadas en espacios como El Pinar de La Cima o el Parque Ejidal de San Nicolás Totolapan, funcionan como barrera contra el crecimiento urbano y permiten la recarga de mantos acuíferos. Semarnat señala que este modelo mitiga los efectos del cambio climático, pues los cultivos permanentes incrementan la captura de carbono y, tras su vida útil, los residuos pueden transformarse en sustratos para viveros.
El Estado de México se consolidó como una de las regiones con mayor producción nacional. Probosque y la Secretaría del Campo promueven la comercialización de árboles provenientes de plantaciones registradas ante Semarnat, las cuales se distribuyen en 34 municipios como Amecameca, Valle de Bravo, Xonacatlán y Villa del Carbón. El esquema genera empleos directos, dinamiza economías rurales y sostiene cadenas de valor que dependen de actividades forestales responsables.
La huella oculta del árbol artificial
Mientras tanto, los árboles artificiales enfrentan un escrutinio creciente. The Nature Conservancy, citado por National Geographic, apunta que cerca del 90% de estos productos llega desde China, lo que dispara las emisiones por transporte marítimo. La fabricación implica PVC y metales derivados de procesos intensivos como el calandrado, explicó Carlos Antonio Rius Alonso, académico de la UNAM. Cuando se desechan, terminan en tiraderos donde el PVC y los metales generan contaminación persistente.
Organismos ambientales coinciden en que un árbol natural, siempre que provenga de plantaciones reguladas, tiene una huella ambiental menor. Su producción fortalece la economía rural, conserva suelos y promueve reforestación continua. El artificial solo compite cuando se reutiliza durante muchos años, aunque su desecho sigue siendo problemático.
En un país altamente vulnerable al cambio climático, la decisión no es menor. Elegir árboles producidos localmente aporta beneficios ambientales y económicos que se mantienen más allá de la temporada.
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