En Zapotitlán, una comunidad pesquera nahua del municipio de Tatahuicapan, frente al golfo de México, los pescadores decidieron tomar las riendas de la conservación marina. Ante la sobreexplotación, la pesca con explosivos y la erosión costera, crearon una reserva comunitaria que protege 24 hectáreas de mar y más de dos kilómetros de arrecifes, una medida que apunta a salvaguardar la biodiversidad y asegurar la pesca del futuro. Este caso se ha convertido en un ejemplo de cómo la organización local puede ofrecer soluciones frente a los desafíos del cambio climático y la falta de apoyo gubernamental.
Hace más de diez años, los pescadores de Zapotitlán comenzaron a notar un declive en sus capturas. Luis David Valerio, integrante de la cooperativa Faro de Zapotitlán, recuerda que mientras en 2010 obtenían 100 kilos de pescado por salida, en 2020 la media era apenas de 10 kilos. La presión sobre los arrecifes, sumada al uso de arpones y explosivos, había alterado gravemente los ecosistemas. La conciencia sobre la urgencia de actuar surgió a partir de la colaboración con investigadores que les mostraron la vida que escondían esas “piedras” marinas: corales, algas y peces de valor comercial y ecológico.
En 2018, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) propuso crear un Área de Protección de Flora y Fauna marina de más de 150 hectáreas. Sin embargo, varios pueblos indígenas rechazaron la figura oficial por temor a restringir sus zonas de pesca. La comunidad de Zapotitlán decidió entonces implementar una alternativa propia: una reserva pesquera comunitaria que les permitiera proteger los arrecifes sin depender de la autoridad.
La creación de una reserva comunitaria que combina tradición y ciencia
La creación de la reserva en 2020 implicó acuerdos con 20 cooperativas de Los Tuxtlas. Se definió un polígono estratégico, Punta de San Pedro, donde se encuentran dos de los 32 arrecifes del sistema arrecifal local. En la reserva se prohibió la pesca con explosivos y arpones y se establecieron reglas de conservación, con monitoreo comunitario. El objetivo principal fue proteger los sitios de desove de especies como el mero goliat, el róbalo blanco y el pargo, muchas de ellas en peligro de desaparecer de la región.
El proyecto también incluyó el monitoreo científico. La investigadora Verónica Valadez, de la Universidad Veracruzana, documentó la biodiversidad y evaluó el estado de los arrecifes antes y después de la creación de la reserva. Su trabajo permitió identificar especies clave y establecer líneas base para medir la recuperación del ecosistema. Entre 2023 y 2024, tras el primer blanqueamiento masivo de corales en el golfo de México, los científicos encontraron resultados mixtos: coral cerebro afectado por algas, pero Porites colonensis capaz de recuperar su color. Este monitoreo ha sido fundamental para ajustar estrategias de conservación y demostrar que la reserva funciona como refugio para peces comerciales.
Frente a la erosión costera, los pescadores y científicos implementaron soluciones basadas en la naturaleza. Los manglares fueron reforestados y las dunas protegidas para frenar el avance del mar, que actualmente erosiona un metro de costa cada año. El proyecto combina la protección de arrecifes naturales con la instalación de arrecifes artificiales. Estructuras hundidas han permitido la colonización de organismos y el asentamiento de peces, mejorando la pesca sin dañar los ecosistemas originales. Un ejemplo de éxito fue la captura de hasta 400 kilos de pargo en un solo día gracias a estas estructuras.
El proyecto también ha impulsado el ecoturismo comunitario. Con el apoyo de instructores de buceo y organizaciones locales, la comunidad planea ofrecer paseos en lancha, esnórquel y la construcción de cabañas para visitantes. Esto permite diversificar la economía local y reducir la presión sobre la pesca, mientras se genera conciencia ambiental sobre la importancia de los arrecifes.
La iniciativa de Zapotitlán muestra que la conservación marina puede ser efectiva incluso sin apoyo gubernamental directo. La combinación de conocimiento local, investigación científica y estrategias de manejo adaptativo ha logrado resultados visibles: regreso de especies comerciales, estabilización parcial de los arrecifes y fortalecimiento del capital social de la comunidad. Sin embargo, los pescadores reconocen que el reto es mantener la reserva a largo plazo frente al cambio climático, la erosión y la migración de jóvenes hacia otras regiones.
Para los habitantes de Zapotitlán, los arrecifes son más que un recurso económico: son barreras naturales que protegen la costa, criaderos de peces y un patrimonio ambiental para las futuras generaciones. La experiencia demuestra que la acción comunitaria, con respaldo científico y soluciones basadas en la naturaleza, puede ser un modelo replicable en otras regiones afectadas por la sobrepesca y la degradación costera.
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