En un mensaje reciente, Ricardo Salinas Pliego volvió a provocar controversia con un discurso en el que defendió su fortuna y despreció a quienes lo acusan de haberse beneficiado del poder político. En tono desafiante, el empresario aseguró que su riqueza es fruto del trabajo y no de favores del gobierno, al tiempo que se presentó como un ejemplo de esfuerzo individual frente a lo que llama “resentimiento social”.
El dueño de Grupo Salinas —conglomerado que controla Elektra, Banco Azteca y TV Azteca— insistió en que nunca recibió concesiones estatales y que la compra de la televisora fue financiada con deuda, no con privilegios. “La televisión no me la regalaron”, afirmó, recordando la operación que marcó su entrada al sector mediático en los años noventa.
Fragmentos del discurso de Salinas Pliego
“Aunque muchos no lo crean, yo también fui pobre. Y si hoy tengo éxito, es porque trabajé para conseguirlo.”
“No recibí ningún favor del gobierno. A la televisión la compré, y pagamos hasta el último centavo.”
“Nos endeudamos hasta el tope para salir adelante. Fue gracias al esfuerzo y al compromiso de quienes me acompañaron.”
“Algunos no soportan ver que uno prospere. Pero el trabajo vale más que las críticas.”
El magnate y su narrativa del esfuerzo propio
Salinas Pliego ha construido su figura pública sobre una idea persistente: el éxito económico como resultado exclusivo del mérito personal. Sin embargo, detrás de ese discurso se esconde la estructura de uno de los grupos empresariales más poderosos del país. Desde los años noventa, Grupo Salinas ha extendido su influencia en los medios, las finanzas y el comercio minorista, consolidando una red que llega a millones de consumidores.
Su versión de los hechos omite, no obstante, el contexto económico que facilitó su expansión. Elektra creció gracias a créditos dirigidos a sectores populares, mientras Banco Azteca se consolidó con políticas que permitieron su rápida expansión. TV Azteca, su joya mediática, le otorgó no solo influencia económica, sino también una plataforma para moldear la opinión pública.
En ese sentido, su reciente discurso no solo busca defender su historia personal, sino también justificar el modelo empresarial que representa: un sistema donde el éxito individual se exhibe como virtud moral y la crítica se convierte en ofensa.
El poder y el relato del empresario rebelde
En los últimos años, Salinas Pliego ha usado sus redes sociales como tribuna para confrontar a la opinión pública. Desde ahí lanza mensajes que oscilan entre la provocación y el desafío, reforzando su imagen de empresario “rebelde” que no teme al poder político ni a la crítica ciudadana. Su estilo directo, que raya en lo ofensivo, se ha convertido en una marca personal.
Sin embargo, su insistencia en negar cualquier tipo de privilegio estatal contrasta con su evidente posición de poder. El discurso de “yo me lo gané todo” suena más a una estrategia de legitimación que a un acto de humildad. En un país donde la desigualdad económica sigue marcando la vida cotidiana, sus palabras adquieren un tono de desconexión frente a la realidad social.
El mensaje de Salinas Pliego refleja una tensión común entre las élites económicas mexicanas: la necesidad de mostrarse como figuras meritocráticas en un entorno de creciente desconfianza hacia el poder empresarial. Su postura, aunque desafiante, confirma una paradoja: quien concentra enormes recursos intenta hablar como si siguiera luchando desde abajo.
Al final, más que una defensa, su discurso suena a advertencia: el poder no pide disculpas, lo reafirma. Y en ese espejo de arrogancia y éxito se refleja buena parte del México corporativo contemporáneo.
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