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    Ajoblanco: la sopa fría con legado milenario

    Si creías que el gazpacho era la única sopa fría famosa de España, prepárate para sorprenderte con el Ajoblanco, una receta ancestral con raíces en la antigua Roma y la Al-Ándalus medieval. Este plato, precursor de muchas sopas frías mediterráneas, ha sido una joya culinaria en el sur de España durante siglos.

    Un manjar de origen romano y árabe

    El Ajoblanco tiene más de 2,000 años de historia. Se cree que los romanos fueron los primeros en combinar pan, ajo, almendras y vinagre para crear una especie de crema nutritiva que podía soportar el calor del Mediterráneo. Más tarde, con la llegada de los árabes a la península ibérica, la receta se refinó con almendras, un ingrediente clave en la cocina andalusí.

    Durante siglos, esta sopa fue el alimento de campesinos y jornaleros en Andalucía, ya que sus ingredientes eran accesibles y proporcionaban energía para soportar largas jornadas de trabajo en los campos. Hoy, el Ajoblanco ha pasado de ser un plato humilde a una exquisitez gourmet presente en los mejores restaurantes.

    Cómo preparar un auténtico Ajoblanco

    Ingredientes:

    • 100 g de almendras crudas y peladas
    • 1 diente de ajo
    • 100 g de pan blanco (preferiblemente del día anterior)
    • 500 ml de agua fría
    • 2 cucharadas de vinagre de Jerez
    • 4 cucharadas de aceite de oliva virgen extra
    • Sal al gusto
    • Uvas blancas o trozos de melón para acompañar

    Preparación:

    1. Remoja el pan en agua durante unos minutos hasta que se ablande.
    2. En una licuadora o procesador de alimentos, tritura las almendras junto con el ajo y la sal.
    3. Agrega el pan remojado, el vinagre y el agua fría, y sigue triturando hasta obtener una crema homogénea.
    4. Añade el aceite de oliva en hilo mientras sigues batiendo para emulsionar la mezcla.
    5. Refrigera al menos una hora antes de servir.
    6. Sirve bien frío y acompaña con uvas blancas o trozos de melón para un contraste dulce y refrescante.

    El Ajoblanco tiene muchas variantes regionales que enriquecen su historia y sabor. En algunas partes de Andalucía, se le añade un toque de pimiento verde para darle un ligero sabor fresco y herbal. En otras regiones, como en la zona de Málaga, es común acompañarlo con trozos de melón o sandía, un contraste dulce que realza la acidez del vinagre y la suavidad de la almendra.

    También existen versiones con más cuerpo, donde se incorpora un poco de caldo de pollo o de verduras para hacerla más sustanciosa, convirtiéndola en una especie de crema espesa. Algunos chefs contemporáneos han experimentado con ingredientes como la menta o el pepino, dando lugar a versiones más modernas que siguen manteniendo la esencia de este plato ancestral.

    En las variantes más refinadas, se puede ver el uso de aceites aromatizados o vinagres envejecidos para elevar el sabor del Ajoblanco, adaptándolo a las tendencias gastronómicas actuales sin perder su raíz tradicional. Sin importar la variante, lo que se conserva en todas es la textura sedosa y la frescura que ofrece, siempre evocando la frescura del Mediterráneo y la historia de las culturas que lo llevaron a la mesa.

    ¿Por qué todos quieren probarlo?

    El Ajoblanco no solo es refrescante y delicioso, sino que es un pedazo de historia en cada cucharada. Su equilibrio entre la cremosidad de las almendras, el toque ácido del vinagre y la suavidad del pan lo convierten en una explosión de sabores inesperada. Además, es una alternativa sofisticada y ligera para los días calurosos, perfecta para quienes buscan una experiencia gastronómica fuera de lo común.

    ¿Te atreverías a probar esta sopa con 2,000 años de historia?

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