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    Occidente reconfigura su estrategia militar tras el audaz ataque de drones ucranianos en Rusia

    El reciente ataque de drones ucranianos dentro de territorio ruso ha reconfigurado los cálculos de guerra en las principales potencias occidentales. El asalto del 1 de junio, en el que aeronaves no tripuladas emergieron desde camiones y destruyeron una docena de bombarderos en aeródromos rusos, dejó en claro que la guerra moderna ya no se libra solo en las trincheras o con tropas convencionales. Ahora, las fronteras no detienen los ataques quirúrgicos ni las operaciones de sabotaje ejecutadas con tecnología accesible e ingenio.

    Lo ocurrido no solo representa una victoria táctica para Ucrania, sino una sacudida estratégica para Europa. La revisión de defensa publicada por el Reino Unido al día siguiente no fue coincidencia. Reconoció de forma explícita que las nuevas tecnologías permiten a adversarios pequeños causar daños desproporcionados y que los frentes ahora se extienden hasta el corazón de cada nación.

    Drones en camiones y lecciones para Europa

    La Real Fuerza Aérea británica, como muchas otras en Europa, redujo sus bases tras la Guerra Fría, centralizando operaciones para ahorrar recursos. La eficacia del ataque ucraniano deja al descubierto los riesgos de esa estrategia. Londres ya admite que debe reaprender a operar desde emplazamientos más dispersos, con abastecimientos distribuidos para evitar convertirse en un blanco fácil.

    La resiliencia no es solo cuestión militar. El informe británico destaca que la defensa debe abarcar toda la sociedad: desde la industria hasta la educación, pasando por la infraestructura energética y las comunicaciones. En otras palabras, si una guerra moderna puede iniciarse con un dron escondido en un vehículo, la defensa no puede limitarse al ejército.

    El documento también denuncia la lentitud del sistema de adquisiciones británico. La adjudicación de contratos mayores a 20 millones de libras tarda en promedio seis años y medio. El propio informe recomienda que al menos el 10 % del presupuesto anual de defensa se asigne a tecnología emergente, incluso a costa de recortes en programas tradicionales.

    La Marina Real planea desplegar una ala aérea híbrida en sus portaaviones, combinando drones simples y complejos con F-35. Por su parte, el ejército adoptará una proporción 20-40-40: 20 % de plataformas tripuladas, 40 % de sistemas reutilizables no tripulados, y 40 % de armamento desechable, como drones kamikaze y misiles.

    Alemania, por su parte, apuesta por robustecer sus fuerzas terrestres convencionales. Aunque el Reino Unido se muestra más proclive a la experimentación, no descarta mantener tanques ni submarinos nucleares. Ambos siguen siendo considerados indispensables para garantizar protección y proyección en guerras prolongadas y transparentes.

    A pesar del reconocimiento del problema, el mayor obstáculo es financiero. Londres planea gastar 2,5 % de su PIB en defensa para 2027, con un objetivo a largo plazo de 3 % en 2034. Pero esto no basta. Moscú se rearma con rapidez, mientras que Washington da señales de que podría reducir su presencia militar en Europa. Alemania, con amenazas similares, podría duplicar el gasto británico para 2029.

    En la cumbre de la OTAN del próximo 24 de junio, se discutirá fijar un nuevo objetivo común del 3,5 % del PIB para defensa. Esto implicaría recortes sociales, subidas de impuestos o más deuda. Sin embargo, los líderes europeos comienzan a aceptar que disuadir a Rusia podría costar tanto como una guerra abierta.

    En 2014, los aliados se comprometieron a un mínimo del 2 % del PIB, pero pocos cumplieron. Esta vez, el tiempo apremia. Aplazar el gasto hasta 2030 sería, como sugiere el informe británico, una forma elegante de autoderrota. La guerra, dice el documento, “ya no es impensable”, y posponer la preparación solo facilita que llegue sin aviso.

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