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    Montañas contra misiles: el arsenal nuclear que Israel no puede tocar

    En Irán, la geografía no es solo paisaje: es defensa. Más de la mitad del territorio del país está cubierto por sistemas montañosos, y ese relieve ha sido clave para construir un programa nuclear pensado para ocultarse, resistir y sobrevivir. Desde Fordow hasta Arak, las instalaciones atómicas de Teherán están diseñadas para operar fuera del alcance físico y visual de sus enemigos.

    El programa nuclear iraní se asienta sobre tres pilares: altura, profundidad y dispersión. Fordow está excavado bajo una montaña cerca de Qom, a más de 80 metros de profundidad. Su existencia fue revelada por inteligencia occidental en 2009, y desde entonces se ha convertido en símbolo del secretismo de Irán. Al estar incrustado en roca, es casi imposible de destruir mediante ataques aéreos convencionales.

    Natanz, el centro neurálgico del enriquecimiento de uranio en el país, está ubicado en el centro del territorio nacional. Aunque parte de sus instalaciones están visibles, posee una red subterránea construida tras ataques como el del virus Stuxnet o explosiones internas. En abril de 2025, Israel aseguró haber destruido una planta subterránea en ese sitio.

    El tercer pilar es Arak, también conocido como Khondab, donde se ubica el reactor IR-40. Este complejo fue diseñado para funcionar con agua pesada y producir plutonio, aunque nunca fue activado. Pese a ello, su estructura se mantiene intacta, rodeada de colinas y lejos de zonas urbanas. En un reciente ataque, Israel golpeó su núcleo inactivo para impedir cualquier intento de reactivación.

    Una doctrina defensiva basada en la geografía y la opacidad

    La ubicación de las instalaciones no es casual. Está pensada para resistir. El sistema de defensa nuclear iraní está estructurado para sobrevivir a ataques simultáneos: si una planta es eliminada, otras continúan operando. Si una es localizada, otras permanecen ocultas. Es un diseño concebido para la continuidad operativa incluso bajo fuego cruzado.

    El terreno también protege contra inteligencia extranjera. Al igual que en los casos de Corea del Norte o Pakistán, la geografía sirve para obstaculizar la vigilancia y el espionaje satelital. Irán está rodeado por tres grandes cadenas montañosas: los Zagros, los Elburz y una serie de cordilleras orientales, que complican el acceso y la detección de infraestructuras sensibles.

    La estrategia se complementa con una política de secretismo institucional. Aunque Irán es parte del Tratado de No Proliferación Nuclear, su relación con el Organismo Internacional de Energía Atómica ha sido conflictiva. El OIEA ha denunciado múltiples restricciones de acceso, demoras en la entrega de datos y poca transparencia en torno al enriquecimiento de uranio.

    Esta situación se agravó desde que el presidente Donald Trump decidió retirar a EE. UU. del acuerdo nuclear firmado en 2015. El Plan de Acción Integral Conjunto había impuesto límites técnicos, incluido el rediseño del reactor de Arak y la vigilancia internacional. Tras el abandono del pacto, Irán elevó su nivel de enriquecimiento, restringió inspecciones y reactivó zonas previamente clausuradas.

    Actualmente, el programa nuclear de Irán opera en una zona gris. Sin mecanismos firmes de supervisión, sin transparencia y con mayor capacidad técnica, Teherán mantiene un sistema fortalecido y camuflado. El arma bajo la montaña no solo está protegida por roca, sino también por una política calculada de opacidad y resistencia estructural.

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